El otro día, leí por ahí, que
los artistas cerámicos, son los que más acostumbrados están a la frustración,
además de a todo tipo de contrariedades, problemas y son los más persistentes.
Se da por hecho, que nunca
trabajas solo, el fuego, es tu compañero de trabajo y será el que dictamine tu
trabajo. Si está de mal humor contigo, te destrozará un trabajo que llevas
mucho tiempo realizando, o bien te lo estropeará; si está de buen humor, a
veces te favorecerá, mejorándolo.
Tengo que reconocer que, con
los años, el fuego y yo, hemos intimado bastante y suele tratarme bien, aunque
como la amistad, cuando la descuidas un poco durante un cierto tiempo, suele
haber algún que otro roce de vez en cuando.
El fuego, es un poco “Chivato”,
saca a la luz, todo lo que has tratado de ocultar en tu pieza y no te suele
permitir fallos; altera los colores con ciertos matices diferentes a los que
habías imaginado; hay que tratarlo con mimo.
Recuerdo que al principio,
siempre, estaba haciéndome faenas, tuve que aprender a hacer malabares, con
antorchas; primero con una, luego con dos, después con tres a la vez y en
alguna ocasión con cinco; más de una vez me chamusqué la barba; no fue la imagen
de una llama ardiendo sobre mi cara, lo que me avisaba de la posible catástrofe
o accidente, sino ese olor característico a pelo quemado; mi concentración
estaba al 100% extrayendo o colocando alguna pieza dentro del horno haciendo algún
tipo de Rakú, Pit Firing, etc.
Alguna cicatriz queda por ahí, pero nada del
otro mundo; duele más cuando sientes alguna explosión en el interior del horno;
te recorre una descarga eléctrica por toda la espina dorsal; es un sonido muy
similar al que produce la puerta de un vehículo al cerrarse y mi vecino, tiene
la buena costumbre de limpiar su coche todas las mañanas en su garaje; muy
cerquita de donde tengo el horno.
En fin, no quiero dilatar más
este tema; tan solo deciros, que un buen ceramista, es también una especie de
vegetal antropomorfo; su cuerpo genera con el tiempo la capacidad de producir
clorofila, lo cual te permite subir a una colina o ponerte a tomar el sol en
cualquier terraza y hacer la fotosíntesis; con eso y un poco de agua, puedes ir
tirando en los malos momentos; cierto color verdoso aparece en la piel, pero no
os preocupéis, no es el hígado el responsable, ni los malos hábitos; dicho
color, junto con el tono ferruginoso de la ropa, te convierten en un auténtico “ENT”
o “Pastor de Árboles”.
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