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La adquisición por parte del IMC de 176 piezas rescata la memoria y el legado de este maestro ceramista y singular artista burgalés
Perteneciente a la estirpe de los últimos maeses, Simón Calvo Gutiérrez fue amamantado en el alfar familiar, donde su padre le enseñó los misterios del barro y de la arcilla y le inoculó su pasión por el dibujo. Adquirió muy pronto la técnica, fruto de su enorme curiosidad y de un talento a buen seguro heredado de sus ancestros, de extensa tradición alfarera, lo que le conviertieron en uno de los obreros del arte más importantes del Burgos de la primera mitad del siglo XX. Calvo nació en el barrio de San Pedro de la Fuente en 1898. Aunque asistió a la escuela (cursó estudios en Saldaña y San Lorenzo) nada le gustaba más que pasar el tiempo en el tejar que su padre tenía en la calle Alfareros. Allí dio rienda suelta a su capacidad creativa, por lo que en el año 1910 ingresó en la Academia de Dibujo y un año más tarde en la Sección de Oficios de la Escuela de Artes y Oficios de Agricultura, donde destacó por su destreza en el modelado y la cerámica, lo que le valió numerosos premios y reconocimientos.
Era tal su pasión y su ansia de conocimiento que acudía con regularidad a la Catedral y la Cartuja de Miraflores, donde admiraba los trabajos escultóricos de los maestros canteros. Quizás aquellas horas de soledad forjaron su carácter reservado e independiente, poco dado a compañías. Salía muy poco del alfar, donde incluso comía, siempre creando. Marceliano Santa María, uno de los artistas burgaleses consagrados que más pronto percibió el talento de Simón Calvo, fue quien le animó a participar en 1919 en la Exposición Nacional del Círculo de Bellas Artes de Madrid, donde la crítica fue unánime al alabar la madurez y maestría del burgalés.
Fueron numerosas las ofertas de trabajo que Calvo tuvo a partir de entonces, pero desestimó todas: quería permanecer en Burgos. De su alfar salieron piezas que acabaron llegando a países como Argentina y Estados Unidos. 1930 fue un gran año para el ceramista burgalés: fue premiado en la Exposición Iberoamericana de Sevilla y en la Nacional de Bellas Artes de Madrid. Dos años más tarde fue nombrado profesor de cerámica artística en la Escuela Elemental del Trabajo de Burgos.
«Al igual que los mejores ceramistas del momento, su trabajo se define por dos características básicas: la personalidad y el afán investigador. Pero por su formación y capacidad rebasa las posibilidades del ceramista, convirtiéndose en escultor y pintor en barro al que transmite su dominio del dibujo», señala María José Zaparaín en una semblanza sobre Calvo publicada en Protagonistas burgaleses del siglo XX. Otro estudioso de su figura y su obra, el escritor y crítico de arte Antonio L. Bouza, define a Simón Calvo como un hombre de «compleja personalidad artística y humana».
No en vano, aunque el mayor reconocimiento le es atribuido por su condición de prodigioso ceramista destacó en otros géneros con idéntico éxito: dibujo, pintura, escultura y orfebrería. Pero fue sin duda en el modelado de cerámica donde alcanzó la perfección: su maestro, Luis Manero, le bautizó con el sobrenombre de ‘El mago del barro’: hizo con sus manos ánforas, vasijas, barros, arquetas, platos, placas, azulejos y otros objetos que se convirtieron en verdaderas obras de arte de inspiración clásica e histórica. Zaparaín destaca por encima de todos el valor de sus bustos, que a pesar de haber sido hechos en terracota, deberían encuadrarse más en el mundo de la escultura más que en el de la cerámica. «Asombra por la sinceridad del modelado. Fieles en el parecido, se distinguen por la captación psicológica del personaje, existiendo una comunicación personal con el retratado».
También talló la manera, e hizo numerosos dibujos, tanto en la copia de modelos como al natural. Fue diestro en el dominio del carbón, la tiza y la plumilla, pero también manejó con precisión la acuarela, el pastel e incluso el óleo. En todos sus cuadros, principalmente en los retratos, es de resaltar la fuerza expresiva y el manejo de la luz. Calvo practicó también la alfarería «como una prolongación lógica de los baños y esmaltados en la cerámica», apunta el crítico de arte Antonio L. Bouza.
un alfar muy frecuentado. La Guerra Civil supuso un punto de inflexión en su vida y en su obra: perdió a varios amigos, entre los que se encontraba el músico Antonio José, y tuvo que dejar de ejercer su magisterio porque las dependencias de la Academia fueron ‘tomadas’ para albergar la unidad de farmacia militar. Poco antes del fin de la contienda falleció su padre, y Simón Calvo se hizo más introvertido todavía. En adelante, se dedicó a lo que él llamaba con humildad «alfarería ordinaria», aunque nunca dejó de crear y de investigar para abrirse a nuevos campos.
Fue tal el respeto y la admiración que se ganó Simón Calvo con su trabajo, que no sólo los artistas le frecuentaron: por su alfar pasaron políticos, aristócratas y empresarios, todos interesados en la obra de este singular artista burgalés. En su obra Ocho artistas burgaleses (1846-2002), Antonio L. Bouza recuerda algunos de los ilustres visitantes del alfar de Calvo, además de toda la intelectualidad de la época, de pintores a escritores, de músicos a escultores: patricios como los Liniers y los Muguiro le encargaban obras; Perfecto Ruiz Dorronsoro, industrial y mecenas; alcaldes, presidentes de Diputación, gobernadores e incluso embajadores, como el del Japón, y hasta el universal diseñador español Cristóbal Balenciaga conocieron el lugar en el que Simón Calvo obraba aquellas maravillas.
La diversa y prolija obra de ‘El mago del barro’, fallecido en el año 1967, se encuentra hoy en día muy dispersa, como apunta Bouza, esencialmente en países de Europa como Francia y Holanda, en Japón, en Argentina y en Estados Unidos. Afortunadamente, algunos de los mejores ejemplos de su fenomental producción han sido adquiridos gracias a sus descendientes por el Instituto Municipal de Cultura (en total, 176 piezas entre esculturas, cerámicas, esmaltes, pinturas y dibujos), que serán expuestas en unos meses. De esta manera, se rescatará la memoria y el legado de uno de los últimos maeses de esta tierra.
Fuentes: Ocho artistas burgaleses (1846-2002), Antonio L. Bouza. Editado por Arranz Acinas. Y Protagonistas burgaleses del siglo XX. Volumen II., promovido por la UBU y Diario de Burgos.
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