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Carmen la de Merimé


Yo nunca fui una persona demasiado sociable, tal vez, por eso me dediqué al arte, recuerdo haber pasado la adolescencia practicando deportes individuales durante el día y dibujando o escribiendo por la noche.

La escritura, me sumía en un caos absoluto, cada vez que comenzaba a escribir, sentía como se despertaba una especie de tormenta en mi interior, demasiado intensa para mí en esos momentos; el dibujo me daba paz y tranquilidad y continué con este. Recuerdo en alguna ocasión ver a mi madre entrar en el salón de casa, (lugar donde me ponía, para no molestar a mi hermano), a las 05:00 de la madrugada gritándome; ¡estás loco, vives al revés que la gente!; la primera hora, en el instituto, me la saltaba siempre, debe ser cosa de familia, somos muy difíciles para despertarnos, aunque en mi caso, estaba justificado.

Realicé mis estudios y todo lo demás y continué con mi manera de ser, eso me llevó un día a la escultura; por supuesto, que mi padre estaba allí a mano para guiarme; sabía hacer de todo y bien, aunque más tarde, estudie arte, buscando complementar mis anteriores estudios pedagógicos, el arte, era una herramienta magnífica, lo había sido y estaba siendo para mí y siempre la he usado como terapia tanto para mí, como para mis alumnos/as.

Mi primera serie de trabajos escultóricos, hablaban de mí y mis problemas, estuve unos años con este tema, de aquellos trabajos, no quedan muchos, no tenía horno, con el tiempo se fueron destruyendo igual que un vago recuerdo, pero me fueron útiles; el siguiente tema, fue el de lo ajeno; el arte como herramienta para reformar el mundo; mi frase en aquellos momentos, era “Uno debe luchar para dejar esto mejor que lo encontró, con sus propias herramientas”.

Siempre se me ha dado bien hablar en público; ¡qué cosa tan extraña!, nunca me ha importado lo más mínimo, subirme a un estrado y hablarle a la gente, pero sin embargo, si a esa masa de gente la dividíamos en personas y me los presentaban de manera individual, tenía cierta torpeza; justo como decía y dice mi madre, “al revés”; dicen que esto es normal en las personas que se dedican a la docencia.

Llevo un buen rato introduciendo este tema, y no termino de arrancar; quizás sea más eficaz saltar algunos años y experiencias y dirigirme directamente a lo que quería contaros. Llevo bastantes años enseñando diferentes cosas, a diferentes personas de diversas características, creando cosas y relacionando otras. Todo esto, me ha dado ocasión de conocer a mucha gente en diferentes situaciones y ha hecho que en algunos casos, muchos/as de mis amigos/as, hayan sido y sean los propios alumnos/as.

Hay alumnos a los que conocí, cuando eran pequeños y aun, nos reunimos de vez en cuando para hacer senderismo como en aquellos tiempos, algunos de ellos, han terminado mejor que otros, otros ya no están.

Hay otros alumnos/as, que llegaron a mi vida, cuando ya estaba acompañado de Marina estando ellos/as en torno a los treinta y tantos, en esa época, se nos convirtió el taller, en un taller de mamás y papás y hemos ido viendo crecer a estos peques; ¡cuántas veces me ha tocado ver dibujitos en el PC, con alguno de ellos/as sentado sobre mis piernas, mientras Marina daba clase a su madre!.

Hay alumnas/os, que han pasado por procesos difíciles y Marina y yo, nos hemos hecho unos expertos en detectarlos nada más verlos por primera vez; cuando veo bajar a alguien por la rampa que conduce al taller, leo su cara como un libro abierto y ya sé lo que le pasa y por lo que está pasando; incluso antes de verlos, por un simple correo, ya sé cómo se encuentran.

¡Cómo va pasando el tiempo!; hay alumnas/os, que te dejan huella, acuden buscando una solución en la arcilla y moldeándola a esta, moldean sus pensamientos. Los observas, acabas conociéndolos muy bien, cuáles son sus puntos fuertes, sus debilidades, sus necesidades, conoces su personalidad y a veces vez que la vida los ha tratado mal, porque son especialmente sensibles y buenas personas. Cuando tenía 19 años, solía sentarme en cualquier lugar de la calle, a observar a la gente, me convertía en una especie de antropólogo; me pregunto si sentado sobre alguna de aquellas barandillas en algún lugar tumultuoso de la calle, conseguía hacerme invisible, estudiando a los demás. Algunos/as alumnos/as, desaparecen durante un tiempo o se hacen invisibles y vuelven cíclicamente, son personas de costumbres, otros, enferman y tienen que abandonar el taller, porque su salud, no se lo permite.

Hay semanas cargadas de buenas y malas noticias a la vez, por igual y que te dejan como una pared en blanco, como una balanza perfectamente equilibrada, alegría y tristeza, están equitativamente repartidas y tus sentimientos, no saben por dónde tirar; por una parte te enteras que una de esas alumnas a la que conoces desde hace tanto y que intuyes perfectamente, cuando tiene un problema serio o es feliz, simplemente por lo que modela, está bien y no tiene nada serio por lo que preocuparse y te alegras un montón; por otra, casi en el mismo día, te llega la noticia de que otra, con la que por casualidad hablaste unos meses antes después de tanto tiempo, de su marcha, por una enfermedad crónica, nos ha dejado para siempre y te sorprendes a ti mismo, a medida que van pasando las horas, decayendo y hundiéndote lentamente en un pozo y preguntándote, no sabía que después de tanto tiempo, me fuera a afectar tanto el fallecimiento de esta amiga.

Conocías su infancia porque te la había contado en clase, (aquí se aprende mucho sobre la vida), conocías su juventud y todo lo que ella quiso compartir, ya estaba bastante mal, la última vez que hablamos, me pidió por favor que si hablaba con su hija por casualidad, no le dijera que estaba hablándome desde el hospital, que si no vendría en seguida a verla (vive en el extranjero), me pidió también, que continuáramos un rato más conversando, ya que estaba aburrida, yo no sabía que estaba en el hospital, fue de esas llamadas, así lo descubrí; estuve dándole conversación, pese a que no me defiendo muy bien, por el teléfono y unos días después, me preguntó algo a propósito del esmalte interior de una taza que había comprado su hija, por si este era tóxico y se podía envenenar; está fue nuestra última conversación.

Imagino a tu marido, hija, hijo y a tus nietos en estos momentos; seguirás con nosotros/as en el taller a través de nuestros recuerdos, hasta siempre Carmen.

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